Tanto se ha
perdido la impostación de la voz, buena pronunciación, tener ideas preclaras y
saberlas expresar metódica, cronológica y debidamente, que las personas que
todavía nos expresamos así, somos tildadas de falsas, impopulares,
separatistas, aburridas (de la vieja guardia, dixit) y que somos egocéntricos.
Es doloroso
ello, porque el que nos alejemos de arrastrar las palabras, pronunciar de
manera indebida o deficiente y que poco o nada titubeemos al responder, no nos
hace superiores, ni siquiera nos hace egocéntricos. Sólo nos permite dar
fluidez a la comunicación y demostrar que estamos convencidos de ello.
Quizás el creer
que esa manera de expresión es propia de políticos, doctores, millonarios o
locutores y que no es parte de la jerga o manera coloquial o paisana de
expresarse, ha cimentado bases para crear esta nueva separación.
En una
presentación ante la ley, mientras se me hacían las preguntas de rigor,
llegaron a opinar que yo había sido entrenado para responder y contradecir la
verdad a favor de un delito.
Mucho pasó para
que las autoridades comprendieran que –además de decirle la verdad- esa era mi
manera de narrar las cosas: De manera cronológica, sustentada, con palabras que
para algunos son rebuscadas, pero son términos adecuados.
Las disculpas
llegaron, porque la razón entró al juego. Pero la sensación de que sólo
hablando paisano y con titubeos es la forma en que todo el mundo se debe
expresar para decir la verdad, es francamente decepcionante.
Impostar la Voz, Pronunciar Correctamente e Hilvanar Ideas
La impostación de
la voz es el equilibrio que esta llega a alcanzar en su registro normal, por
medio de un trabajo adecuado.
Se nos enseña en
el canto coral y en toda cátedra de música; es obligatoria en la formación de
locución y oratoria; parte fundamental de la enseñanza académica; formalidad
imparcial, subjetiva y señal de respeto del periodismo.
Pero también es
parte de las familias más humildes, aquellas que no se gritan, sino que
mantienen niveles audibles, comprensibles y por demás bien articulados para
expresarse.
Proyectan
seguridad porque así mismo la sienten. Y quienes la escuchan, se sienten
convencidos y confiados en que sus palabras y modo de decirla, son señales
serias y comprometidas con su contenido.
La pronunciación
es el modo de articular al emitir las palabras. Mientras mejor se puedan
comprender por la contraparte, mucho mejor. Cuando se pronuncia bien, la
atención y el aprecio deberían crecer. Pero parece que eso está mal visto en la
actualidad.
Hilvanar es
enlazar o coordinar ideas. Mientras más claras, más creíbles y comprensibles
son, alejando las dudas y respaldando hechos. Cuando se cotejan con la
realidad, resultan una narración / descripción que debería hacer sentir complacidos
a los oyentes. Pero para algunos, es inventar cuentos.
Quizá tantos estafadores
o cuenteros, mitómanos todos que buscan excusarse o librarse con mentiras, han
hecho decaer la confianza de muchos, por la cual, quienes ponemos de nuestra
parte para narrar hechos sin mentir, pagamos las consecuencias de tal desconfianza
e inseguridad e incluso, desgano por corroborar lo que se ha dicho.
Esto no es una lucha de clases
Parece que se
quiere forjar una nueva segmentación social, por la forma en que uno pronuncia
las palabras, los términos que sabe o se encarga de conocer, la manera cómo se
narran los hechos y la dignidad con la que se tratan los asuntos.
Esto no es sólo
de profesionales, como más o menos esbocé arriba. Esto nos atañe a todos.
Que la gente no
te pregunte, ¿Qué dijiste?, porque no entendió tu dicción; que cuestionen la
aplicación que diste a una palabra o que la sustituiste por un barbarismo o
caló (como ocurre en Venezuela con “bichear”, que aplica como conjugación en
todo lo que se desconoce) y que titubees “echando un cuento” sobre algo real o
de ficción y queden más dudas que respuestas.
Una mejor
comunicación debería ser también un puente de encuentro a la aceptación y a la
mejora integral. La humildad está forjada de conocimiento empírico o popular.
En las regiones
más humildes, el buen hablar y decir, es una manera de respeto y cordialidad
que hace más grato el ambiente.
¿Por qué no lo
puede ser en las zonas urbanas, donde “supuestamente”, la gente vive y aprende
mejor?; ni qué decir de las redes sociales, donde el expresarse formalmente en
audios y videos es señal “de que éste o esta se la dan de mucho”, sembrándose
discordias sin fundamento.
El problema
radica también en que quienes hablan de manera paisana o coloquial, no saben
que lo hacen, sino hasta que comienzan a compararse o escuchar a quienes se
expresan de manera pausada, elegante, con énfasis en las palabras.
Y quienes nos
expresamos así, por miedo a herir susceptibilidades, tememos dar tips (ni
siquiera digo lecciones), para una mejor comprensión, so pena de decir algo
hiriente sin querer o no decir algo hiriente…pero que así lo entienda la
contraparte.
Impostar la Voz, Pronunciar Correctamente e Hilvanar Ideas, ¡Ahora son Mal Vistos!
Como habrán
visto, este tema es difícil. Pero quienes amamos al castellano y queremos
pronunciar bien lo que leemos, contar las cosas lo mejor posible y tener un
timbre de voz bastante agradable y muy nuestro (aunque sea una frecuente entre
los locutores y locutoras), pues nosotros no somos enemigos de nadie por hacerlo,
ni nos encontramos en un escalafón social diferente y superior.
Sólo disfrutamos
de la lengua castellana, de la bendición de la voz, de poder contar a las
personas lo veraz y debido, de aumentar las conversaciones para saber más y
mejores cosas que nos hagan parte del mundo, como los ciudadanos que somos.
Y quienes no
hablan así, pero tampoco atacan a quienes sí lo hacemos, gracias por mantener
lo paisano y costumbrista en los mejores niveles que las distintas sociedades
aspiramos tener: En conciliación y
armonía, para crecer y mejorar juntos.
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