En el año de 1955, la escena de Broadway se rindió ante un talento singular. Un caballero de impresionante estatura, rozando los 1.98 metros, se presentó en una audición para la obra La señora McThing. Este era Fred Gwynne, cuya humildad contrastaba con su porte, una cualidad tan innata como su profunda y cautivadora voz de barítono. A pesar de presentarse con unos pantalones prestados, demasiado largos y deshilachados —un humilde amuleto de suerte—, su presencia llenó el teatro. Apenas había comenzado a leer cuando un murmullo de admiración recorrió la sala: "Ese es nuestro hombre".
Este fue el acto de
apertura de una trayectoria profesional y vital extraordinaria, un camino que,
si bien desató la carcajada de millones, mantuvo en silencio el duelo de su
propio corazón.
Antes de que su rostro
fuese sinónimo de maquillaje verde y tornillos en el cuello, Gwynne fue un
verdadero erudito de Harvard. Se graduó de esta prestigiosa institución
y fue una figura central: fungió como editor del icónico periódico satírico The
Harvard Lampoon y entonó melodías como cantante en el grupo a capella
The Krokodiloes. Su genio no se limitó a las tablas; fue un
consumado pintor y dibujante de cómics, colaborando con publicaciones de
alta alcurnia como The New Yorker. Un amigo de aquellos días lo
recordaba con reverencia: "Esperabas chistes, pero él te daba
filosofía, con suavidad".
Su escalada a la fama fue
metódica. Su espíritu cómico brilló en la serie Auto 54, ¿Dónde estás?
(1961), pero fue la piel de Herman Munster la que le concedió la
inmortalidad. Herman era un coloso de aspecto intimidante, sí, pero de alma
noble; un monstruo tierno que reía con la inocencia de un niño y amaba con la
devoción de un padre. Gwynne solía precisar: "Herman no era tonto.
Solo intentaba encajar en un mundo que no lo comprendía del todo".
Lamentablemente, cuando
las luces de la comedia se apagaron, Hollywood se reveló cruelmente miope. Los
directores de casting fueron incapaces de vislumbrar al actor más allá
de la máscara del monstruo. Con una punzada de amargura, Gwynne confesó: "Cada
vez que me presentaban a un papel serio, me decían: 'Te queremos, pero no
podemos tener a Herman Munster en este papel'".
La frustración culminó en
una audición a fines de los años 70. Un productor, con un suspiro resignado, le
dijo: "Fred, eres maravilloso, pero Herman está sentado justo ahí
contigo". Gwynne, con una sutil sonrisa y la dignidad de un rey, se
levantó y replicó con humor intacto: "Entonces, deja que Herman
salga de la sala". Y con esa frase, abandonó la escena y el yugo
del prejuicio.
Se refugió en el
escenario teatral, en la serenidad de sus lienzos y en la escritura de
libros infantiles. Sus obras, con títulos ingeniosos como El rey que
llovió, eran cuentos extravagantes donde las palabras bailaban y la
risa se convertía en bálsamo. "Los niños entienden lo que los
adultos olvidan", musitó una vez, "que el juego es
sagrado".
A pesar del olvido
parcial de Hollywood, su grandeza como persona no menguó. A finales de los 80,
a la salida de un restaurante, un joven actor le solicitó consejo. Gwynne no
solo lo atendió, sino que lo invitó a sentarse y conversó con él por más de una
hora. Le aconsejó con la dulzura de un mentor: "No dejes que el mundo te
diga quién eres. Un papel termina. Tú no". Y culminó, como si
describiera su propia filosofía: "El truco está en seguir creando, incluso
cuando nadie te ve".
Su regreso triunfal al
cine se dio en 1992 con Mi primo Vinny, donde su brillantez
impasible como el Juez Chamberlain Haller asombró al público. Esa ceja
levantada y su control dramático recordaron a todos que el gigante podía
dominar cualquier escena con un mero susurro.
Fred Gwynne nos dejó en
su casa de Maryland el 2 de julio de 1993, a la edad de 66 años. Su partida no
tuvo la parafernalia de Hollywood, sino la paz de quien se ha
reconciliado consigo mismo. Dejó lienzos sin terminar y libros que continuarían
deleitando a los niños.
Una vez, declaró: "La
risa es mi forma de hacer las paces con el mundo". Y quizás, al
final, con esa última y noble actuación, lo consiguió.
🖤 El corazón silencioso
del artista: datos adicionales de Fred Gwynne
Además de sus múltiples
talentos, la vida personal de Fred Gwynne estuvo marcada por la adversidad.
- Dolor
Personal: El humor de Gwynne era a menudo una
fachada para su dolor. En 1965, mientras estaba en la cúspide de la fama
con Los Munsters, su hija, Brooke, falleció trágicamente a
causa de un accidente en la piscina. Este evento devastador lo sumió en
una profunda tristeza que arrastró durante años. Continuó trabajando en el
set, pero el contraste entre la risa forzada de Herman Munster y su
dolor real fue un tormento silencioso.
- Servicio
de Guerra: Antes de Harvard, Gwynne interrumpió
sus estudios para servir a su país. Se alistó en la Marina de los
Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, donde ejerció
como operador de radio a bordo de un cazasubmarinos.
- Matrimonio
y Legado: Estuvo casado dos veces, primero con
Foxy Leech, con quien tuvo cinco hijos. Su segundo matrimonio, con Deborah
Flater, en 1988, le brindó paz en sus últimos años.
- Artista
Visual: Su habilidad artística iba más allá
del hobby. A lo largo de su vida, vendió varias de sus pinturas y
dibujos en exposiciones de arte, y su estilo era reconocido por su
sencillez y calidez, muy similar a la de sus libros infantiles. Su arte
fue un escape y una vocación tan seria como la actuación.
🧛 Curiosidades de Fred
Gwynne en Los Munsters
- El
origen de la risa de Herman: La risa inolvidable
de Herman Munster, que sonaba como un aullido exagerado, no era algo
ensayado; Gwynne la creó en el momento y se convirtió en una de las marcas
registradas más queridas del personaje.
- Maquillaje
agotador: El proceso para convertirse en
Herman Munster era extremadamente arduo. Fred Gwynne pasaba casi cuatro
horas en la silla de maquillaje para que le aplicaran el pegamento,
las piezas protésicas, el maquillaje y la gruesa y pesada chaqueta de
espuma.
- Memorizando
el guion: A pesar de las largas horas bajo el
maquillaje y las prótesis, Gwynne nunca usaba tarjetas o prompters.
Demostraba un compromiso total con su arte al memorizar sus líneas
perfectamente.
- La
amistad con "Lilly": Gwynne forjó una
profunda amistad con la actriz Yvonne De Carlo, quien interpretaba
a su esposa, Lily Munster. Se apoyaron mutuamente durante las
exigentes jornadas de grabación y los desafíos personales.
- Zapatos
elevados: Para que Herman luciera aún más
imponente y monstruoso al lado de su esposa (Yvonne De Carlo medía 1,63
m), Fred Gwynne usaba unos zapatos con plantillas especiales. Esto
elevaba su altura total a más de 2 metros, acentuando la cualidad de
gigante gentil del personaje.


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