Por
fortuna -y se lo deseamos igual a todo el planeta- en Venezuela no hay ya
analfabetismo, gracias a que cada cierto tiempo ha existido la motivación y
plan para ello, habiendo pues publicaciones para el aprendizaje y con contenido
adicional qué leer.
Algunos
que pude recabar fueron:
El Libro
Mantilla, uno de los obsequios entre la clase media alta y regular que era
legado luego a los más necesitados y acompañado por el interés de algunos para
el aprendizaje de letras y números.
Un plan
llamado “Juan Camejo” entre los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl
Leoni, en el que se llegaba a sectores populares tanto por las escuelas como en
los centros de atención de salud.
En la
década de los 80’s llegó el que sería uno de los más significativos, el sono
- estudio de ACUDE, donde se enseñaban las letras, matemáticas e historia
de Venezuela teniendo discos y un tocadiscos para las clases.
El interés
en ese plan fue su hermosa campaña de marketing donde la gente rural por mucho
que tuviese que laborar, se daba su tiempo para aprender lo esencial y de allí,
decidir sí o no seguir. Tenían qué leer porque el plan era acompañado por las
publicaciones infantiles de los diarios que también les ayudaban en el
aprendizaje de sus primera letras (ejemplo, Revista Tricolor y Meridianito).
Además,
se acompañaba el aprendizaje con las transmisiones de Radio Fe y Alegría,
Radio Nacional de Venezuela y Canal Cinco (Televisora Nacional).
En
este siglo apareció la Misión Robinson que tenía el aliciente de la
bonificación monetaria y un programa de estudios acompañados que llevaban de la
primaria al bachillerato y luego a la universidad.
Por lo
tanto, orgullosamente decimos que Venezuela es -porcentualmente- un territorio
libre de analfabetismo. ¿Lo malo?, somos un territorio de anti alfabetos.
Sí,
la gente sabe leer pero no buscan qué leer, en principio por la baja edición de
libros que llegan al país en formato físico; también por la merma en los
diarios, sea por su tendencia, escasa cantidad de páginas o el precio.
Parece
que todos los libros son tratados como el manual del usuario, que, sea
cual sea el aparato que lo traiga, la gente insiste en no leerlo al estar
confiada de hacerlo instintivamente y sólo lo leen cuando tienen un problema,
siendo esa publicación una fuente de datos específicos que irían más allá en el
provecho del aparato, que el empirismo.
Hay letreros,
incluso con los mensajes más fácticos y/o precisos (incluyendo imágenes) y hay
quienes no lo leen, por soberbia, flojera, indiferencia, cualquier motivo
entristecedor.
Las pantallas
y videos han mermado mucho más en el privilegio qué leer nos otorga. Ya es
mejor buscar un video con inteligencia artificial que buscar la fuente escrita,
sea literaria, técnica o tipo guion.
Muchos
se sorprenden cuando el libro es distinto e incluso más nutrido que la versión en
película, como por ejemplo “IT” de Stephen King, “Frankenstein” de Mary
Shelly, “Doña Bárbara” de Rómulo Gallegos
o “Goldeneye” de Ian Fleming.
Si hay
qué leer en versión digital, pues que se lea, sean revistas, mangas, libros, guías
paso a paso o los blogs de Argenis Serrano. Lo importante es que
teniendo la habilidad, no se pierda.
Todo
lo que se lee siempre termina aportando algo positivo, incluso en el libro más
malo que hayan podido leer; yo leí uno que incluso eche a la basura, llamado “El
Llanero Solitario tenía la cabeza pelada como un cepillo de dientes”, que
trataba sobre las anécdotas de un niño que echaba a perder los juegos por su
falta de habilidad y la falta de empatía de sus vecinos -que no precisamente
eran sus amigos-.
Aunque
no me gustó la publicación, aprendí que en nuestro anecdotario hay momentos que
son trazos qué leer en el futuro para poder resolver o afrontar situaciones o
para alegrar o educar a terceros.
Creo
firmemente que en Venezuela y toda América Latina (y dispensen sí me estoy
entrometiendo), debería de implementarse entre particulares, privados y con
apoyo logístico y de permisos por parte del Estado, que los regalos
fundamentales sean libros.
Nuestros
niños ameritan leer a “Tío Tigre y Tío Conejo” de Antonio Arráiz; los jóvenes
leer la versión completa de Las Lanzas Coloradas de Arturo Uslar Pietri;
los adultos, leer los poemas de Andrés Eloy Blanco (“PODA”), además de
obras de la literatura universal.
Que lleguen
los best-sellers mundiales de hoy y de siempre y libros de autores que
puedan abrir la imaginación sin que ello cree conductismo. Que el día de
Navidad se emule la tradición habitual en Islandia, el Jólabókaflóð donde se regalan libros del año. Al menos en los
intercambios de regalo sería más simpático.
Hay
quienes no saben el placer que da ver a un niño o adolescente buscando qué leer
y devorar publicación tras publicación; mucho menos el aroma a libro nuevo y el
luego, regalarlo o guardarlo para volverlo a leer.
También
es un placer y deber o al menos una cortesía, leer los letreros en las calles o
al menos no hacerse los locos, puede ser importante para usted mucho más que
para quien colocó el letrero.
Habiendo
tanto qué leer en un país que no tiene analfabetos, ya roza con ser un pecado
cultural el no aprovechar dicha virtud sin sentirse obligados por la circunstancia,
sino disfrutándolo desde el alma, como ha sido desde que el hombre aprendió
a leer y escribir y halló su cenit con la imprenta de Gutenberg.
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