Don Quijote de la Mancha o un pasaje hacia la gloria literaria
Autores: Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz
Hoy en día hay más lectores ficticios del Quijote que reales.
¿Cuántos afirman haberlo leído y cuántos lo han hecho de verdad? Parece
difícil que ese viejo caballero protagonista de una historia perteneciente a un
género olvidado pueda cautivar a los lectores del siglo XXI, y menos a los
jóvenes. Hay que planificar bien cómo abordar esa labor, cómo hacer que el
libro responda al interés del lector. Si no apasiona por la historia en sí,
destaquemos lo que la hace merecedora de ser una de las obras más traducidas de
la literatura universal y hagamos indispensable su lectura.
Quien anda mucho y lee mucho, ve mucho y sabe mucho
Cervantes fue
un lector impenitente y un gran viajero. Estas dos características le dotaron
de bagaje suficiente para argumentar y discutir sobre la importancia o no de la
evolución de los distintos géneros literarios de la época. El fruto de sus
reflexiones lo plasmó dentro y fuera de sus obras: unas veces en los prólogos a
sus escritos y otras en boca de sus personajes. Sin quererlo se convirtió en un
crítico-historiador que con sus comentarios estaba haciendo historia de la
literatura. Estudiar por tanto todo el legado cervantino equivale a visualizar
el panorama de la literatura española de aquel momento que, por cierto, era la
más desarrollada de Europa; no en vano los siglos XVI y XVII fueron calificados
como “Siglos de Oro”.
Los críticos afirman que el Quijote es una de
las obras más importantes de la literatura y la primera novela moderna, con
permiso naturalmente del Lazarillo de
Tormes, ya que es en él donde comienza a realizarse la conversión del
género novelístico. El germen del Lazarillo está en una serie de
anécdotas curiosas y divertidas —documentadas algunas de ellas— unidas por la
figura de Lázaro. Esas historias ya no se presentan como estructuras cerradas
cuyo sentido se agota en sí mismo, sino que son historias que se desempeñan
como peripecias dentro del proceso vital del personaje protagonista; son
reelaboradas para que muestren el dolor, el sufrimiento, las contadas alegrías
y en general todos los sentimientos concretos de la vida de Lázaro. En
definitiva, que el personaje centraliza en sí el interés y la atención del
lector; aquí está el cambio radical y esto es marca de auténtica novela.
Pero volvamos al Quijote. Analicemos los valores
que la hacen merecedora de un lugar privilegiado en el mundo de las letras.
Comencemos por lo más evidente, la variedad del lenguaje usado.
La riqueza lingüística
Cervantes es uno de los autores lingüísticamente más
brillantes que hayan escrito en castellano, lo que le ha llevado a ser objeto
de estudio de muchos analistas: en el siglo XVIII, el humanista y editor
francés John Bowle recomendó
la lectura del original, cuyos matices lingüísticos son intraducibles; el
hispanista francés Marcel
Bataillon afirmaba que el estilo cervantino es una amalgama
personalísima de elegancia florida a la manera de Boccacio, de irónico despego
a la manera de Ariosto y de sobriedad aguda según la mejor tradición
castellana, y hasta el gran Freud aprendió castellano para poder disfrutar
al máximo de esa joya lingüística. Es innegable la repercusión que ha tenido en
el castellano moderno; muchos refranes y expresiones —creer a pies juntillas,
andar con pies de plomo, quien canta sus males espanta, a quien madruga Dios le
ayuda, valer un potosí— se conocen hoy principalmente porque los usó Cervantes,
lo que le llevó al filólogo Zamora
Vicente a afirmar que la lengua de Cervantes se ha erigido en
norma, siendo utilizada sólo por él.
Cervantes hace hablar a nobles, campesinos, criminales,
barberos y prostitutas, y a cada uno con su léxico. Y si tomamos como ejemplo a
los dos personajes principales de la novela, Don Quijote y Sancho Panza,
parecen estar echando un pulso entre dos formas de hablar muy distintas. Don
Quijote está todo el tiempo pensando no sólo en libros, sino confrontando el
español medieval con el moderno, y el habla vulgar de su escudero Sancho con el
lenguaje aparentemente correcto o exquisito de la lengua del siglo XVI, nos
dice el escritor mejicano Ignacio Padilla. Es como si en el fondo Cervantes
estuviera invitándonos a una reflexión sobre la lengua misma, planteando la
muerte del español antiguo y dando paso al moderno, convirtiéndose así en un
puente hacia la modernidad del idioma.
De hecho podemos inferir que toda la obra es en gran
medida una sabrosa conversación entre esos dos personajes que viajan por los
pueblos y disfrutan del paisaje que su creador ideó para ellos con todo lujo de
detalles. Cervantes se anticipa a su tiempo al servirse de su obra para aportar
información sobre el mundo que le tocó vivir en aquella España popular y
humilde, que él tan bien conoció. No en vano trabajó como procurador y
recaudador de impuestos, lo que le llevó a viajar por todo el país. Con sus deliciosas
y agudas descripciones de la sociedad, de sus ventas, de sus viajeros, de la
vida cortesana… delata su gusto por la gente sencilla, por el pueblo y al hacer
de ellos tema novelable consigue otorgar un rasgo de modernidad a su Quijote.
Don Quijote y Sancho Panza, personajes redondos
Caballero y escudero, a lo largo de las páginas,
aprenden y evolucionan. Al igual que nosotros, los lectores, Sancho y don
Quijote ríen y lloran; sienten profundas emociones y tienen muchos defectos;
son idealistas y soñadores, pero constantemente la cruda realidad se les
impone. Cada uno es de una forma de ser muy distinta y a la vez su visión de sí
mismo difiere de la de su compañero y también de la del lector.
Los personajes planos, sin crecimiento
personal, era lo habitual en las historias que leían los lectores de 1605, por
eso en su momento no se entendió sino parcialmente la obra. Sin embargo los
lectores del siglo XXI vemos hasta necesaria esa evolución de los personajes,
porque corresponde más con nuestra visión de la personalidad humana; este es
precisamente uno de los aspectos más innovadores y atractivos de la obra
cervantina. El autor del Quijote logra mostrar una relación entre
ambos personajes verosímil, compleja y magistralmente desarrollada como no se
haya presentado nunca antes. Una amistad sin paliativos y sin antecedente en la
literatura.
La importancia de esta novela se mide también por la
cantidad de escritores de la época que cogieron a Don Quijote como arquetipo
para la nueva ficción realista que escribían. Basaban sus personajes en él e
imitaban sus aventuras. En poco tiempo, en Europa, empezó a ganar puestos el
género novelístico sobre lo que era tendencia hasta la fecha: la poesía. Pero
no solo se valieron de personajes y aventuras cervantinas sino también de
buenas técnicas narrativas, como la del narrador infidente.
El narrador infidente o la conspiración del silencio
En los primeros capítulos de la segunda parte se nos
narra cómo don Quijote tras un mes de convalecencia parece recobrar el juicio.
El cura y un poco después Sancho vuelven a hablarle de correrías de caballeros
y parece que se está preparando una tercera salida. Entonces entra en escena el
bachiller Sansón
Carrasco, recién llegado de Salamanca, que promete dar todo su apoyo a esa
nueva salida: “Encargó don Quijote al bachiller la tuviese secreta,
especialmente al cura y a maese Nicolás, y a su sobrina y al ama porque no
estorbasen su honrada y valerosa determinación. Todo lo prometió Carrasco”.
Esta promesa se rompe inmediatamente, pero el dato se le esconde al lector. En
ninguna de las oportunidades en que el bachiller urde planes con el cura y el
barbero, se hace la menor alusión al hecho de que estos planes se han realizado
a sabiendas del quebrantamiento de una promesa.
Y es importante porque “Todo lo prometió Carrasco” son
las palabras que definen el desenlace de la segunda parte del Quijote (1615).
El hecho de que la ruptura de la promesa marque el final de una trama no es
nada nuevo —ahí están las bodas de los Infantes de Carrión con las hijas del
Mío Cid—, pero sí que se conspire para ello una y otra vez, en cada una de las
oportunidades que tiene el narrador de levantar ese silencio.
Afirma el filólogo argentino Avalle-Arce que en el Quijote
el narrador engaña al lector con premeditación y alevosía. La literatura
anterior desconocía tal posibilidad de engaño. Piensa también que detrás
de este tratamiento narrativo está la filosofía de Alonso López Pinciano, contemporáneo
de Cervantes, al que este leyó y que decía: El poeta no se obliga a escribir
verdad, sino verosimilitud, quiero decir posibilidad en la obra. Cervantes
se dejó llevar por lo verosímil aunque imposible. Para ello utilizó a un
narrador que retiene y oculta información aun a sabiendas de que es capital
para que el lector se pueda formar un juicio adecuado acerca de los
acontecimientos del relato. Estamos pues ante un narrador del que uno no se
puede fiar: el primer narrador infidente de la historia.
Hasta ese momento la tradicional situación ética de la
literatura rechazaba a la ficción por “mentirosa”. La novela durante mucho
tiempo tuvo que basarse en “realidades” históricas —las novelas de caballerías,
por ejemplo— para poder mantener cierta hegemonía literaria. Se consideraba a
la imaginación como dañina, pues podía convertir lo real y hermoso en algo feo.
Además, existía un pacto tácito entre narrador y lector de absoluta confianza y
dotado de una solidez fuera de toda duda. Cervantes con esta audacia se cargó
ese pacto que solo podía progresar en nuestros tiempos, no en los de su época.
De hecho esta táctica-técnica literaria no prosperó hasta mucho tiempo después,
dato que le sirvió a la crítica angloamericana para afirmar que fue Henry James
su creador. Olvidándonos de discusiones estériles, por evidentes, hay que decir
que autores como Borges utilizaron este tipo de narrador en algunos de sus
cuentos, por ejemplo en “La forma de la espada” y, dentro de la novelística
inglesa, Agatha Christie en una novela que levantó bastante revuelo: El
asesinato de Roger Ackroyed. Este narrador en la moderna literatura le
viene como anillo al dedo a la novela policial, ya que jugar al despiste con la
información es la base del género.
La paradoja
Podemos traer a colación también otro rasgo que destaca
en la obra cervantina: la
paradoja, que el autor utiliza como fin y medio de la narración. Para no
extendernos mucho más, diremos que durante el renacimiento se pusieron de moda
las paradojas literarias y que Cervantes, consciente de sus muchas
posibilidades, supo aprovechar esa figura literaria y la incluyó de diferentes
formas. El Quijote está lleno de paradojas y es una paradoja en sí
mismo: los personajes de la novela discuten el libro en que figuran y se
espantan ante la capacidad del narrador de incluir cosas que dijeron a solas;
el prólogo a la primera parte, el más original de la literatura española, tiene
como tema la escritura de un prólogo; Cervantes no consideró al Quijote su
obra mayor y sin embargo es la más grande; quería escribir una obra sencilla,
pero nos dejó una de las más complejas…Precisamente porque es paradójico,
lógicamente contradictorio, Don Quijote es el colmo del realismo, afirma
Eisenberg.
Nadie ignora la vasta obra de Cervantes, obra de gran
calado y que abarcó todos los géneros literarios, pero lo hemos traído hoy aquí
por ser un innovador de su tiempo o, como afirma Francisco Ayala,
porque el Quijote inaugura, en efecto, la novela moderna y la agota al mismo
tiempo al explotar de una vez todas sus posibilidades. Su impronta le hace
merecedor por derecho propio de estar en el canon literario y a nosotros,
responsables de buscar la mejor manera de mostrar a los jóvenes lectores sus
encantos. Aunque en un principio los contemporáneos de Cervantes le leían y le
veían como a un autor más bien humorístico, a partir de la publicación de
sus Novelas ejemplares, se le calificó de honra y lustre de nuestra
nación, admiración y envidia de las extrañas.
Desde ese momento Cervantes fue consciente de su valor
en la historia como escritor. A Alonso Quijano se le metió en la cabeza hacerse
caballero andante como los héroes de sus libros favoritos. Le obsesionaba tanto
la idea de ser un personaje famoso, que dedicó todos sus esfuerzos a esa
búsqueda de la inmortalidad. ¿No podemos vislumbrar, entre autor y personaje,
cierto interés común por la fama? Este tema se convierte en motivación
principal para el hidalgo manchego y por tanto en tema nuclear de la novela.
Vida y literatura se unen y se entremezclan si afirmamos lo que es bien sabido,
que detrás de cualquier ficción están los rastros de las cuestiones que
preocupan al autor en el momento de la concepción de la obra. Y en aquel
momento de su vida Cervantes comenzaba a saborear la gloria que ofrecía el
noble arte literario y a darse cuenta de que este resiste bien el paso del
tiempo. ¡Eureka!, había dado con la fórmula. Por eso su Quijote, porque la
mejor manera de sobrevivir por los siglos de los siglos y no ser olvidado es
una obra literaria.
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